viernes, 6 de abril de 2012

Sobre poesía de Iván Hernández (El Salvador)

Por: Rainier Alfaro Octubre 2 de 2011 Tegucigalpa, Ciudad de la Niebla Las grandes vertientes de la poesía, siempre han estado acá, en medio de la niebla, de los bosques, del mar y las ciudades habitadas por viejos fantasmas y por antiguos ¨salmos de los niños¨ nos acompañan, nos obligan a avanzar ¨Con el pie izquierdo levantado¨, ¨Con bendición de muertos felices¨ con estas y otras aseveraciones de dogma y de fuerza vital recorriendo cada imagen que el poeta crea y recrea a su antojo o a merced de la misma poesía siendo pues el mismo un vaso comunicante, donde los nietos de Xango logran ascender o descender nuevamente de sus murallas ulteriores hasta nuestra cercanía; el poeta Iván Hernández posee una de esas voces iluminadas por la memoria colectiva donde se dan cita ancestrales tradiciones y fuegos de tierna y rabiosa memoria y la presencia de sentimientos tan humanos y tan nuestros que es imposible no dejarse tocar y sensibilizar en cada verso ; sus palabras van del hombre cotidiano al niño infinito y eterno que algunos siempre seremos; mismo sentimiento que nos aqueja y que se niega a permanecer ajeno, en el silencio extremo del olvido y el desconcierto. Leer y releer a Iván Hernández siempre es un nuevo avizoramiento como poeta, amigo, maestro y también como un lector común es descubrir y reencontrar galerías repletas de sonidos, sueños, parques, otras avenidas del antiguo San Salvador pobladas de cafés habitados por otros, fantasmas ¨Ambrogi¨ entre ellos y el hecho de sorprenderse con el salvadoreño reflejo de Centros Bancarios en construcción de norte a sur y de este a oeste en detrimento del paisaje y la memoria es una de sus grandes virtudes y premisas; sus pasos lo llevan a arrastras en medio de los vientos y las borrascas desde Centros penales y jardines de paz ,en búsqueda de su cotidiano afán y sobrevivencia; el poeta va y avanza a veces lentamente o raudo y veloz ,sale de su casa va a parar a otras casas, bebe su onza de café amargo, desciende de los 400 y camina dejando atrás por breves momentos a la gran manzana; pero su magnetismo lo trae de regreso una vez más siempre antes de que comience el rumor del alba , el día pasa de largo entre praxis y jurídicas firmas , la noche avanza y con ella resurge el escrutador y sus aluviones de palabras se desbordan en medio de poemas, cuentos y ensayos; Hernández se asoma al silencio pero también es un prestidigitador y encantador de hogueras y alza vuelo desde las cavernas del histórico y mágico Xibalbá. Que el humo de los tamagaces te envuelva; y el polvo de los chacuatetes cuándo levantan vuelo y el brillo de todos los astros y las estrellas te acompañen siempre maestro, poeta Edgar Iván, va un abrazo hasta la distancia... Rainier Alfaro Escritor salvadoreño

Mi segundo padre

Vivía en las tumbas del Cementerio del pueblo debido a su severa enfermedad que lo llevó a un terrible estado de demencia. Años antes, su familia le cerró las puertas y decidió buscar la casa de su abuelo Moisés, y éste, al principio lo dejó dormir en le patio donde había un viejo sillón de sala. Pero como empezó a orinarse en el lugar donde dormía, le botaron el mueble en un basurero cerca del cementerio y jamás volvió por la casa del abuelo. Entonces trasladó su sillón bajo unos árboles de bambú en el cementerio municipal, su nueva casa. Cuando llegaron los días de lluvia uno de sus amigos y compañero de tragedia le enseñó donde habían nichos vacíos para dormir con tranquilidad. Ya no dormía al aire libre y un nicho se convirtió en su cama, hasta que un trabajador lo descubrió. Entonces llegaba a escondidas de los vigilantes a su dormitorio, hasta que una madrugada tempestiva llegó Sergio a despertarlo, deseando conversar un poco. Luís le dijo que se durmiera y que guardara la botella para el amanecer. Sergio, empezó a hablarle de su familia, de sus hijos, queriendo convencerlo que regrese a su casa. Luís le pidió hacer silencio y siguió durmiendo. Cuando amaneció Sergio era un cadáver que amanecía junto a su media vida. Desde aquel día Luís ya no fue el mismo. Luis llegó a la puerta de mi hospital; y lo recibí porque que le quedaban horas de vida, por su apariencia. Doctor, me dijo. Si usted no me ayuda nadie podrá ayudarme. Yo le dije: Sólo usted puede ayudarse. Fue un loco suicida, maniático depresivo, pero fue de los primeros casos imposibles que se atendieron en nuestra clínica, donde obtuvo tranquilidad. Después le conseguí trabajo de jardinero, agricultor, albañil y ordenanza en este mismo lugar. Se entregó al cien por ciento a ayudar a los que como él llegaban pidiendo ayuda. Su servicio se volvió una misión muy personal. Su deceso no me pesa pues a muchos nos enseño a seguir su ejemplo. Su verdadero nombre de Luis era Orlando Merino, fue como un segundo padre, me dio mucha fortaleza cuando el mío falleció. Fue muy útil a mi familia y se convirtió en mi padre espiritual. Aconsejándome, en su último día me dijo: “cuando comienzo a resolver el problema de los demás, se empiezan a resolver mis propios problemas; y hay cosas de las que no me puedo cansar, por eso no me canso de sentirme bien ayudando a otros.

El genio y el olvido

Nací en la periferia de la gran ciudad pero a mí no me importaba eso, porque mi infancia fue feliz, entre mis hermanos, mi madre y mi padre, allá en la vieja Acolhuatán. Teníamos perros y caballos. Éramos tres hermanos de mamá y tres de papá. El mayor era hijo de papá y nos quería mucho. Yo era el menor de mamá. A todos nos asignaron un oficio: el barbero, el albañil, la planeadora, el zapatero, el ordenanza y la tortillera. Los hermanos mayores decidieron ayudarnos para que los menores estudiáramos; por eso asistí a la escuela Joaquín Rodezno donde salí con primeros lugares hasta el Bachillerato, después ingresé a la universidad y en el primer año trabajé en un laboratorio donde hallé al genio que transformó mi vida. Encontré en las bodegas de aquel recinto, todos los elementos para fabricar el vino de la eterna juventud, eche manos del elemento etílico y otros aditivos, fabriqué un licor que no provocaba resaca ni daba mal aliento. Mi futuro esta asegurado, la vida me sonría, mi genialidad aumentaba, hasta que una noche enfermé y me incapacité prolongadamente. Perdí mi trabajo, pero di gracias a Dios por ello. Porque el vino de la eterna juventud fue el culpable, había consumido todo mi tiempo, mi energía y mi genio, poco a poco comenzó a matarme. Enfermo y sin trabajo, regresé a la casa de mamá después de siete años de ausencia; ella me salió a recibir muy triste, y llorando me dijo: ¿Por que volviste? Para nosotros hace siete años moriste intoxicado en los laboratorios donde trabajabas y autorizamos que tu cuerpo fuera donado a la Universidad para efectos de estudios como lo habías pedido y tramitado previamente. Edgar Iván Henández. Poeta y cuentista salvadoreño.-