martes, 11 de octubre de 2011

Edgar Iván Hernández o el Poeta Trashumante, Tempestivo, el poeta de la ciudad.

Por Alfonso Fajardo

Edgar Iván Hernández es el poeta trashumante por excelencia, el poeta tempestivo, el que desafió la gravedad de la locura y volvió a la tierra sano y salvo, el poeta de las mutaciones y de la desmesura. La ciudad cruza su poesía de norte a sur, y su poesía cruza la ciudad de este a oeste. La ciudad está tatuada al pecho del poeta, y en sus venas desfilan manantiales de sangre, paraísos artificiales, luces parpadeantes de neón, poros como abismos, túneles y –Prometeo vencedor- la luz de las cosas simples e importantes: la sonrisa de una hija, el amor asimilado, la mutación increíble. La ciudad empieza dolorosa, sigue expectante y se descubre como fuente de felicidad. Es el signo de un poeta que vivió la guerra, pasó por la neblina insípida de la postguerra y descubre que, al final, sólo el amor puede devolverle lo fulgurante a un mar de cemento destinado al olvido de las urgencias.
Edgar Iván Hernández era, hasta ahora, un poeta inédito: signo de las injusticias literarias que se dan en esta aldea plétora de compadrazgos. Como poeta de la guerra, gran parte de su poesía está constituida por la urgencia social, por el grito de batalla, por el acompañamiento a la voz colectiva. Acompaña a ese “Hombre Común”, que a su vez es “El más culto del mundo”, que tiene la “bendición de muertos felices” y al que debemos estar agradecidos sin olvidarlo. Sin embargo, en la medida que el fuego se fue apagando en el tiempo para sólo quedar un rescoldo de sueños rotos, el Poeta Iván Hernández supo llevar su poesía a nuevos estadios, a nuevos mundos temáticos que le inyectaron a su palabra mayor trascendencia, mayor combustión humana en el sentido Vallejeano del término. Así, la experiencia del desarreglo de los sentidos ha jugado un papel importante en su fábrica de versos. Cuando el autor nos dice que “Los locos/traemos/ un viento/ de otro pueblo”, no es sólo una prédica ausente de contenido, pues se trata de un hombre que ha bajado a los infiernos y que ha salido intacto de él. Pero la cordura es signo de su poesía actual, y este largo y azaroso tránsito por el tiempo se refleja cuando sus ejes temáticos se mezclan para decirnos que ahora es otro: “Estoy reconciliado con la muerte y estoy aprendiendo a reconciliarme con la vida; a cuestas con la cordura, sigo aprehendiéndome a estos días”
Poeta vivencial, alcanza cúspides poéticas altísimas cuando el dolor se mezcla con el autorretrato y la confesión: “Sobre mi rostro reposan/treinta máscaras/por Aristófanes boceladas/ Lo que más amo es lo que más olvido/y hasta amo la mentira/ y el espejismo que amo”. Poeta de la ciudad, refleja en su palabra todas las vivencias que ese mar gris le ha provocado. Así, la ciudad es patria de infancia, espejo de sobrevivencia, sangre florecida, fiesta interminable, diosa de la interrogante, pasado, presente y futuro.
De los poetas de la generación de los ochenta –aglutinados en gran parte en el Taller Literario Xibalaba-, Edgar Iván Hernández es de los pocos que han podido superarse década tras década. Más allá del carácter inédito de su obra, quien conoce su poesía sabrá que su palabra ha podido refinarse a través de los años. El poeta surge en la efervescencia convulsiva de los ochenta, y como todo poeta joven, su poesía gana en grito. Entra a la década de los noventa y su palabra gana en quilates. Cruza la primera década del nuevo siglo y se mantiene incólume, y actualmente es un verdadero orfebre de la palabra donde la vida bebida y ahora vivida, es la que le puede entregar los elementos necesarios para que su poesía siga creciendo.
La permanente convivencia con los poetas, y la mutación a una vida más fulgurante, han hecho que los ríos de tinta mantengan sus caudales, y ha evitado que la rutina entre argumentos jurídicos y trabajos forzados, detengan el progreso de su Ars Poética. Ni siquiera el odiado profesor de derecho civil, cuando Lisa, ha podido con algunos poetas dedicados al Derecho y a la Poesía, ambos oficios con letra mayúscula, por favor. Su pertenencia como miembro medular de los Talleres Literarios Xibalba y Patriaexacta, en los ochenta, y del Taller Literario TALEGA, en los noventa, ha contribuido a que su poesía sea la de ese viejo niño que todavía se asombra del hallazgo de una imagen audaz, de una metáfora alucinante, de una palabra solar.
En “Sobre un Viejo Tema”, Iván Hernández hace gala de su profundo conocimiento de la tradición poética salvadoreña, donde Roque Dalton sigue siendo referente para las nuevas generaciones, a quien se le ha sumado el gran Alfonso Kijadurías con sus borbotones de imágenes. El desarrollo de la poesía salvadoreña desde los años ochenta ha sido lento, las voces han sido dispersas y los poetas de ruptura, nulos. Sin embargo, la apertura de nuevas temáticas en los noventa ayudó a que la poesía, hoy por hoy, sea más independiente, más imparcial y, por consiguiente, más libre. Esa es la libertad por la que abogaba Octavio Paz, una libertad bajo palabra que, en el caso de Iván Hernández, ha venido liberando de a poco en busca del tan anhelado equilibrio.
Poeta de la ciudad, Edgar Iván Hernández es prueba fidedigna que el lápiz se vuelve más fino en la medida que el tiempo transcurre, es prueba que las mutaciones delirantes le dan cauce a esos ríos antiguos, pero nuevos, donde el poeta trashumante funda su casa para quedarse entre nuevos paraísos y abundante vida.
El libro que ustedes tienen en sus manos es una muestra del fuego poético del poeta Iván, y es que permanecer inédito –en el estricto sentido de una publicación formal- durante tanto tiempo implica, en definitiva, dejar fuera otras alturas poéticas que esperamos ver publicadas en posteriores esfuerzos.
Así, a partir de un viejo tema el poeta ha construido ya no solamente ciudades y poemas, sino toda una reingeniería de su vida y de su obra que le ha valido, hoy por hoy, estar cada día más cerca de la madurez poética, de la paz vivencial.
San Salvador, 10 de 0ctubre de 2011.


MUESTRAS:


Sobre un viejo tema

La paz es un trozo de tierra besando
la mar del sur
es sueño en sobresalto de heridos
es el paisaje escalando
los volcanes de la hermandad
es un viejo tema
y sobre un viejo tema
pueden construirse
poemas y ciudades.
S.S. 1986.


Ciudad del viejo niño

Mi ciudad tiene un aire de duelo
las calles donde crecí
no tienen árboles
la plaza que me vio reír
es una plataforma sucia y obscura
En el cementerio
donde enterré a mis abuelos
crecen estadios
y centros financieros
Pero una Ceiba me llama
junto a los amates
que con sus flores abrigan mi suerte
Junto a ellos soy el viejo niño
que no termina de crecer
que no termina de morir
Bajo sus sombras amando sus raíces
soy cadáver ameno que renueva su ayer
San Salvador
Joya
corazón pequeño
rodeado de maíz encendido
Milagro de arquitectura
incendios y despojos
Frente al volcán el Jabalí
hoy no encuentro
la escuela
y la iglesia
que estaba
junto al mercado viejo
Solo encuentro
un colmenar de ojos
y pupilas que preguntan
por el abrigo de los niños
por el jade fermentado
de los ancianos.
1998.


Hombre Común

I

Limpia su oído
Afila su palabra
Justifica su moral de acero
en la teosofía de la piedra
Inclina su cabeza ante un niño
Paria y Hombre fiero
Nieto del fuego
Amado por los hijos de Changó
y los abuelos del Jaguar
Posee una y otra conciencia
pacifica y bravía.

II
¿Este hombre del pueblo?
El más culto del mundo
Este hombre clásico
El loco
Caminó entre hombres rojos y amarillos
y centauros heridos
bien al lado del corazón.

III
Ese hombre raro
Nace y muere de amor
Con pose de león
Con pie izquierdo levantado
Con bendición de muertos felices
Dueño de ángeles
cohabitando un jardín
de torogoces ajenos
Tiró toda secta
Abandonó sus tristezas
Retornó a los ríos
a los esteros de abril
a la desnudez del mar

IV

Padece como hombre guerrero
Se estira
Veloz
entre las disputas de la tierra
Venció poderosos
Dialogo con simples y libertos
Compartió su mesa
a pesar de su pobre solemnidad
Medió su paciencia con los dioses
y con las bestias de los últimos días

V
Los hombres hienas avanzan contra él
y él no avanza con ellos.
Tras la verdad se oculta
Frente a la mentira se disfraza.
Contra la hipocresía sonríe.
Ante la injuria eructa su soberbia.
Alto. Audaz. Agil, se ventura sin miedos.
Sus temores son sus maestros.
Es el resumen de un viento frío
que equivocó su ruta.
Sin remedio olvida sus dolores.
Con sus manos recoge las virtudes y las devuelve.
¿Quién le merece sin agradecerle,
quién digno de su olvido?


XX-II-XCV

Los locos
traemos
un viento
de otro pueblo
Desafiamos
al mundo
y las constelaciones
aunque el aire
arrastre notas
de pueblos enanos
y de gigantes
de oscuro tiempo


27.03.95

a)
Soy los pies firmes
Heredad
Oropel
Sangre entre viento y agua
Fuego sur
Firme nostalgia
El que se eterniza en mejores vidas
frente
al contraflujo de la muerte
b)

Palabras terribles
borro de mi memoria
Han sufrido muchos quebrantos
No las amo por amar
Olvidadas pertenecen a todos
cuando el buen recuerdo
pertenece a la muerte
Cuando digo que vivo muero

c)

Cantando recuerdo
el camino
de una juventud arrebata
Escapo de vidas y muertes
con la pasión entera
Mi boca tiene
la discreción de la mentira
Mis ojos
lumbre de sol violentado
Sobre mi rostro reposan
treinta máscaras
Por Aristófanes boceladas
Lo que más amo es lo que más olvido
y hasta amo la mentira
y el espejismo que amo

Ciudad Invicta

I
Llovía sobre la ciudad
de una infancia recobrada
Antes del primer abril
Antes que el amor enloqueciera
Llovía cuando te encontré
Y mientras dormíamos
Sobre el sueño llovía
Y bajo el techo de lluvia
nacíamos

II

La ciudad mi presea
La noche
Tu piel
se hunden en mi sed
A mis labios llega tu voz
Nazco desde mi muerte insepulta

III
El viento de marzo y sus noches
me unieron a tu piel
Tus manos buscaban los secretos
de mi desmesura
Tu cuerpo era mi cuerpo
Encontrándose en una ciudad
de soles temidos
Llegaba a tu hombro
y rodeaba tu silencio
mi voz
Ciudad del signo y la respuesta
Nací en la ciudad de Cuscatlán
pero en mi geografía.
tres obituarios son mi hogar
mi cielo y mi sombra.

En el alma de mis manos resuena el mundo. Tengo mi ciudadanía en una hoja, en una llama y en una emoción. Estoy reconciliado con la muerte y estoy a prendiendo a reconciliarme con la vida; a cuestas con la cordura, sigo aprehendiéndome a estos días.

Temprano me lanzo
a nuevas calles con mi viejo calzado,
con un sol por esperanza
a mi luminoso diario,
y un despertar entre sudores y pasos.

No tengo más religión que mis muertos, a ellos vuelvo devotamente, como religándome a la vida. A la vida que le he tomado sus signos, como a la muerte sus enigmas. A la primera pregunto y la segunda responde:

Soy el signo.

EDGAR IVAN HERNANDEZ (COJUTEPEQUE 2 DE OCTUBRE DE 1965)

domingo, 31 de julio de 2011

LOS POETALEGAS

Los poetalegas
Cuando van del mañana al ayer
Van a la muerte
Acompañados de vivencias

Reconstruyen mundos y misterios
Son fuertes como Robles
Y como los grandes Conacastes
Su sombra llega a otros mundos

Caminan del alba al anochecer
Alimentan su llama bajo la tormenta
Tienen una ciudadanía en la muerte
Y otra en la alegría

Tienen un péndulo de fuego
y litigios en tribunales de la pasión
Trabajan sus horarios
Y vuelven de la muerte
Por un camino furtivo de luz
Un día más son otro río
Entre hombres y esperanzas
Entre biografías
Lluvia y helechos
Y mosto en canciones extraordinarias

Van a la guarida de los Jaguares
Cabalgando con una alegría de juventud
Bajo la carpa de un cielo en llamas
y no recogen migajas
del pan de una quimera criminal.


EDGAR IVAN HERNANDEZ-MIEMBREO DE XIBALBA Y POETALEGAS (TALEGA)